Cuando nació mi hijo, recientemente (un año antes) me había recuperado de una insuficiencia renal casi mortal. La posibilidad de que pudiera volver a tener una insuficiencia renal después del parto me llevó a alternar las mamadas de pecho y biberón (fórmula) para que mi hijo dejara de darle de mamar con una moneda de diez centavos y no sufriera el cambio abrupto.
Lo que descubrí fue que en algunas tomas parecía estar más ansioso por la fórmula, mientras que en otras ocasiones estaba contento con el pecho.
Por ejemplo, un biberón justo antes de acostarse (alrededor de las 10 pm) lo mantuvo durmiendo más tiempo, hasta aproximadamente las 4 am. En ese momento, le daría una lactancia materna que lo satisfizo hasta su hora de “desayuno” más tarde en la mañana.
A media tarde, cuando estaba alerta y activo, era otra ocasión en la que parecía desear su fórmula. A los nueve meses me había informado que a partir de ahora preferiría solo la fórmula, muchas gracias. Estaba prosperando y no era susceptible a resfriados u otras enfermedades, por lo que no me molestó su decisión.
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